miércoles, 16 de septiembre de 2009


El muchacho contorsionista

No tengo amigos, pero me llevo bien con los relámpagos.
De dónde quiero salir, adónde quiero llegar, no lo sé.
De la mañana hasta la noche
doy vueltas a lo mismo,
como si poner un brazo aquí,
una pierna allá, me impidieran caer en el dolor...
No hay dolor para mí.
Es importante que sepan esto:
no hay dolor.
Y no entiendo a la gente que sigue quieta,
aferrada a lo mismo,
o deja que las cosas continúen en su lugar.
Yo sueño con un cuerpo distinto cada vez,
y no me importa que sea el mío:
puedo pasar de lobo a niño,
de elefante a cangrejo en pocos segundos, haciendo pequeños arreglos.
Algunos piensan que lo mío no es flexibilidad
sino un error de base, como si me faltara un eje,
un punto de apoyo... Puede ser.
Mi madre se horroriza al verme,
y mi padre se ríe, se divierte conmigo
como si dijera: Este muchacho...
Sin ir más lejos anoche tuve una pesadilla.
Dormido y desnudo en mi cama,
cualquiera (¿se dan cuenta?) cualquiera
podía verme.
Mi novia, incluso, que es muy posesiva
podía encerrarme en una cajita de fósforos
o esconderme tranquilamente en un dedal.

1 comentario:

  1. Ver asi el contorsionismo es algo deprimente, pero realista en algunos aspectos. Muy buen poema. Diego Gonzales

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